Amado por los pobres y odiado por las clases altas de Salta y Buenos Aires, líder de las guerras gauchas, estratega indiscutido y aliado fundamental de San Martín en su proyecto emancipador. Una mirada sobre Martín Miguel de Güemes a 204 años de su muerte.

fundamental de las guerras de la Independencia, gran estratega y osado guerrero, Martín Miguel de Güemes es uno de los próceres argentinos más injustamente relegado. Sus campañas fueron fundamentales para que el general José de San Martín pudiera cruzar los Andes y liberar a Chile, y su ejército fue bastión de la resistencia en el frente norte de nuestro país. Él y sus gauchos infernales forjaron una historia que muchos intentaron enterrar en el olvido pero que, a pesar de ello, puja por su porción en la memoria colectiva de los argentinos. Su compromiso fue, sobre todo, con los humildes, algo que nunca le fue perdonado por ciertos sectores de la sociedad.

Martín Miguel Juan de Mata Güemes nació en Salta, el 8 de febrero de 1785, en el seno de una familia de alcurnia. Hijo de padre español, que se desempeñaba como tesorero real, y de madre descendiente del fundador de Jujuy.

Su destino fue marcado por su infancia y el lugar en el que creció. Pasaba largas temporadas en la finca de su familia y mantenía un contacto muy cercano con los trabajadores y campesinos, a la vez que aprendió a conocer palmo a palmo el territorio que lo rodeaba, lo que se convirtió en su arma secreta cuando condujo su ejército y lideró las guerrillas de resistencia. Esos años lo acercaron a la gente que trabajaba las tierras, gauchos y campesinos, conoció de cerca sus miserias y necesidades y lo ayudaron a forjar un lazo con ellos que duró hasta el final.

A los 14 años fue incorporado al regimiento de infantería de Salta, y peleó durante las invasiones de 1806 y 1807, año en que Liniers lo nombró como su ayudante y escolta de granaderos. Pero en 1808, su padre falleció, lo que motivó su regreso a Salta para hacerse cargo de la administración de los bienes de la familia.

Tras los hechos de 1810, Güemes se involucra de lleno en la vida pública de su provincia, y su figura se acrecienta y toma protagonismo, tanto en el plano militar como en el político. Para el historiador Pacho O’Donell, fue «quien mejor puso en evidencia que la guerra independentista contra España era también la guerra contra Buenos Aires, más aún era la guerra contra la explotación feudal del pueblo bajo de gauchos, afrodescendientes, indígenas, condenados a la servitud esclavizante”. (Pacho O’Donnell – Güemes y la lucha de clases).

En el año 1815, Martín Miguel de Güemes se convirtió en gobernador de Salta, el primero en ser elegido por asamblea popular, sin intervención de Buenos Aires. En funciones, creó el “fuero gaucho”, a partir del cual libera de pago de arriendo y condona deudas de ese origen a quienes peleaban en las guerrillas y estipuló una especie de “reforma agraria”, para repartir tierras incautadas a los españoles y “malos americanos” (los que estaban contra la independencia o era indiferentes).

También, para financiar la guerra, incautaba fondos, animales y propiedades y cobraba impuestos a las clases acomodadas, lo cual lo enfrentaba cada vez más a un poderoso sector social del cual él renegaba y que consideraba muy peligroso que los sumisos gauchos comenzaran a pensarse y comportarse como ciudadanos iguales.

Es que, poco a poco, la guerra contra la dominación española, fue adquiriendo otros matices, el de la liberación de los que seguían siendo oprimidos a pesar de haber derrocado al antiguo régimen.

La guerra gaucha

Martín Miguel de Güemes fue un líder nato porque ostentaba diversas facetas que confluían en una personalidad extraordinaria. Además de su carisma y su capacidad como líder político, que lo convirtieron en uno de los caudillos más queridos y respetados por su gente, fue un estratega fuera de serie y desplegaba una asombrosa osadía al momento de la batalla.

Su interés y habilidad en el campo militar se pusieron de manifiesto desde sus primeros años. A los 14 se incorporó al Regimiento Fijo de Infantería, y nunca se alejó de los campos de batalla, no al menos por mucho tiempo. Aún en los momentos en que mantuvo desavenencias con los altos mandos, y fue blanco de traslados, enojos o rencillas, su capacidad siempre fue valorada y reclamada en los destinos militares más diversos.

Junto a José de San Martín organizó la estrategia de la guerra recursos, fundamental para el control de la frontera norte y con sus tropas frenaron siete invasiones realistas.

La base del Ejército de Güemes fueron los gauchos, con quienes mantenía lazos estrechos y sentían propias las reivindicaciones de su líder, las mismas que le ganaron poderosos enemigos.

Ese ejército gaucho, llamado «los infernales», cobró fama de inquebrantable, sobre todo, por su conocimiento del territorio y la audacia de los guerreros. Conocer la geografía les posibilitaba avanzar con la llamada estrategia de ataque y repliegue: atacaban sorpresivamente, con grupos pequeños que avanzaban por distintos flancos y que se dispersaban rápidamente en el monte, donde era imposible seguirlos. Así lograban un hostigamiento muy efectivo, que les permitía llevarse provisiones, armas, caballos y municiones de los campamentos realistas, a la vez que agotaban al enemigo. Las tácticas guerrilleras de Güemes cobraron fama mundial y han sido objeto de estudio en academias militares en distintos lugares del mundo

A partir de 1814, el ejército de gauchos de Güemes se convirtió en uno de los bastiones de la resistencia en el frente norte. Luego de que el mando del Ejército del Norte fuera puesto en manos del general José San Martín, se sella una alianza de colaboración mutua entre ambos líderes que posibilitó la gran hazaña del cruce de los Andes y la liberación de Chile.

Dicha alianza se sella con las misiones que San Martín le encomendó y que eran vitales para que pudiera llevar a cabo su plan de llegar a Chile y liberarlo y luego hacer lo propio en Perú, La primera consistía en impedir cualquier invasión en la región mientras terminaba de preparar el ejército para cruzar la Cordillera, lo que logró cumplir con creces al impedir el paso del mariscal José De La Serna, que lideraba una tropa con 6.000 hombres y que buscaba impedir la misión de San Martín.

La segunda, la que no pudo ser, era marchar a Lima con su tropa cuando San Martín desembarcara en la costa de Perú, logrando así un movimiento de pinzas sobre la capital del virreinato.

Poco a poco, la guerra para liberarse de España fue convirtiéndose en una guerra que buscaba la justicia para pobres y oprimidos, lo que enoja a «los decentes» que lo habían elegido gobernador y que empiezan a combatirlo y a tildarlo de «tirano». La clase alta salteña lo ubica como el máximo enemigo, al tiempo que Buenos Aires le da la espalda a la gesta sanmartiniana y abandona a las milicias del norte.

En 1821, el Cabildo salteño aliado con fuerzas enemigas, decide destituirlo y Güemes que, se encontraba auxiliando al gobernador tucumano a Santiago, rápidamente emprende el regreso a su provincia. Con tan solo 25 hombres, se presenta ante los soldados que debían combatirlo y da un discurso que los pone de su lado: «Por estar a vuestro lado me odian los decentes; por sacarles cuatro reales para que vosotros defendáis su propia libertad dando la vida por la Patria. Y os odian a vosotros, porque, os ven resueltos a no ser más humillados y esclavizados por ellos. Todos somos libres, tenemos iguales derechos, como hijos de la misma Patria que hemos arrancado del yugo español. ¡Soldados de la Patria, ha llegado el momento de que seáis libres y de que caigan para siempre vuestros opresores!».

Crónica de un final

Los enemigos de Güemes no tenían paz y no se quedaron quietos. Buscaban exterminarlo y pusieron en marcha un plan en el que la traición era la protagonista. Un general español envió a uno de sus lugartenientes, José María Valdez, el «Barbarucho», con 400 hombres, en una maniobra secreta. El objetivo era llegar a Salta, emboscar a Güemes y acabar con él.

Luego del frustrado intento del Cabildo de Salta por destituirlo el 24 de mayo de 1821, el caudillo advierte que es peligroso permanecer en la ciudad y se instala en el campamento de Velarde (próximo a Salta).  Pero el 7 de junio regresa a la ciudad y pasa unas horas en casa de su hermana. Mientras estaba cenando, es advertido de la emboscada y trata de escapar por una puerta oculta. Durante la huida, una lluvia de balas se desata contra él y, al llegar a la esquina de la calle Amargura, (ahora Balcarce) es alcanzado por uno de los plomos.

Gravemente herido, logró llegar hasta su campamento de Chamical, transfirió el mando a sus oficiales y les dio las últimas indicaciones. Luego fue llevado a la Cañada de la Horqueta donde murió el 17 de junio, tras padecer una horrible agonía. Según se cuenta, murió a la intemperie, en un catre bajo un árbol, tras rechazar dos veces el trato que le realista Olañeta le propuso: atención médica a cambio de su rendición. Tenía 36 años.

Las elites salteñas y las clases altas porteñas, celebraron su muerte y se solazaron con la traición. Pero su humanismo, entrega y amor por su tierra y su gente se convirtieron en un legado indiscutible.